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Obras
El nacimiento de Jesús, la adoración de los pastores y la adoración de los reyes magos, S.XX
Nuevo TestamentoLucas 2, 6-7; 2, 15-16
Mateo 2, 1a; 2,10© Felipe Nieva / Cortesía Fundación AMMAImágenes
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Mientras estaban en Belén, llegó para María el momento del parto, y dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, pues no había lugar para ellos en la sala principal de la casa. Después de que los ángeles se volvieron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: ‘Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha dado a conocer’. Fueron apresuradamente y hallaron a María y a José con el recién nacido acostado en el pesebre. (Lucas 2, 6-7; 2, 15-16)
Jesús había nacido en Belén de Judá durante el reinado de Herodes. ¡Qué alegría más grande: habían visto otra vez a la estrella! Al entrar a la casa vieron al niño con María, su madre; se arrodillaron y le adoraron. Abrieron después sus cofres y le ofrecieron sus regalos de oro, incienso y mirra. (Mateo 2, 1a; 2,10)
Esta escena es el corazón de toda la colección; aquí se resumen tres pasajes bíblicos, narrados en los Evangelios de Mateo y Lucas: el nacimiento de Jesús, la adoración de los pastores y la adoración de los magos.
Nieva representa con gran detalle a pastores, magos y ángeles que están al recién nacido. Vemos a una tierna María sonriente y sentada, presentando al bebé en pañales colocado sobre un pesebre o comedero, mientras José se encuentra de pie contemplando al niño.
No falta la presencia del buey y la mula; se mencionan en el Evangelio apócrifo del Pseudomateo, que se relaciona con una profecía de Isaías que interpela al pueblo de Israel por no reconocer a su Dios mientras los animales sí lo hacen. Estos animales están presentes en la iconografía medieval y se popularizan gracias a las visiones de Brígida de Suecia.
Si bien la multitud de ángeles presentes en la cueva de Belén es recurrente desde la época medieval y testimonian la divinidad del infante, la presencia de los arcángeles en el parto, identificados por sus coronas, es tal vez una herencia de una piadosa tradición recogida en el barroco por la monja de Ágreda y muy común en las representaciones novohispanas.
Por último, nuestra mirada llega al Padre Eterno en su trono, coronado con la tiara papal, mirando complacido toda la escena desde las alturas.
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