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Obras
La presentación de Jesús en el Templo, S.XX
Nuevo TestamentoLucas 2, 22 – 28; 2, 36 - 39© Felipe Nieva / Cortesía Fundación AMMA
Asimismo, cuando llegó el día en que, de acuerdo a la Ley de Moisés, debían cumplir el rito de la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, tal como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También ofrecieron el sacrificio que ordena la Ley del Señor: una pareja de tórtolas o dos pichones. Había entonces en Jerusalén un hombre muy piadoso y cumplidor a los ojos de Dios, llamado Simeón. Este hombre esperaba el día en que Dios atendiera a Israel, y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no moriría antes de haber visto al Mesías del Señor. El Espíritu también lo llevó al Templo en aquel momento. Como los padres traían al niño Jesús para cumplir con él lo que mandaba la Ley. Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios […] Había también una profetisa muy anciana, llamada Ana, hija de Fanuel de la tribu de Aser. No había conocido a otro hombre que, a su primer marido, muerto después de siete años de matrimonio. Permaneció viuda, y tenía ya ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo día y noche al Señor con ayunos y oraciones. Llegó en aquel momento y también comenzó a alabar a Dios hablando del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén. Una vez que cumplieron todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. (Lucas 2, 22 – 28; 2, 36 - 39)
La presentación del Jesús niño en el Templo se narra en el Evangelio de Lucas. José y María cumplen con la ley de Moisés, la cual prescribía que la mujer que daba a luz a un varón quedaba ritualmente impura y debía cumplir con un rito de purificación al cabo de cuarenta días, presentando también una ofrenda en el Templo, que consistía en una res o, en el caso de las pobres, un par de tórtolas o dos pichones. Es en este contexto que se da el encuentro con Simeón y Ana, dos ancianos profetas que esperaban la llegada del Mesías y que fueron premiados con verle.
Es curioso cómo Nieva centra la atención en Simeón y Ana, aquellos ancianos que saben reconocer quién es ese niño; no aparecen los padres del niño, mientras los demás personajes parecen estar absortos en la cotidianidad de la mercadería del Templo.
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